Una mujer desconocida


Esta "poesía", la escribí en mayo de 1992. Tiene el número 36. Fueron cuando estaba en la Uni. Es un escrito contra el "descubrimiento" de América. Lo leo ahora y es bien deficiente en todo (aquí la "puñalada retrospectiva" de la que tanto se habla). Ofrezco este trabajo antiguo expuesto para toda crítica. Es lo que rescaté de algo contra este día de robo, genocidio y masacre.

UNA MUJER DESCONOCIDA
Que te encontraron desnuda, hembra de hierbas
y te clavaron hasta el fondo sin dejar el hierro atrás
en tu moreno suelo,
absorviéndote toda riqueza
dejándote sólo un nombre de despojo.

Antes que ellos,
las ricas venas recorrían bajo la tierra,
llegando hasta el pezón para, en el dolor de la cuna verde,
alimentar ánforas y ánforas
entre los amuletos de voces nocturnas y piedras sonrientes;
libertad de naturaleza
en medio de bozos desgreñados, cabellos hemisféricos
diluvio de desnudez morena, por la tierra.

Los gritos libres, eran aves hinchándose en el aire,
la lanza y el zarpazo invisible por las arterias de hojas
sólo silbidos confundidos por la natulaeza.

Y ellos llegaron,
y con las heridas hasta la médula,
desangraron el azul de la noche más libre de las horas,
espantaron las estrellas que jugaban alegres entre tus costillas
y secaron toda la magia en el sudor de mansa bestia.

La piedra llora su sangre con un pie de Conquista en el cuello,
La cadena rompió la carne.
Desencantando hasta lo inmenso esa selva madre,
que se encuentra ahora sólo en un recuerdo tibio
por esa noche azul más libre de las horas.

Y el alma se durmió con sus latidos.

Royendo la fortaleza de todo este imperio de mujer colosal
comieron el cáliz y la espada en tu mesa andina;
a tu sincero color, lo borraron a pura pólvora
y cerraron toda la historia de palabras y bellos tonos;
a tus creencias, la misa y su soberbia
las cubrieron de escupos y esclavos.

Mujer, tu nariz destila sangre.
Tu fruta adolescente
marchita en las durezas

Tu olor se perdió,
se entristeció entre los follajes.

Hundiste tu cara en los volcanes del dolor.
Sólo el tiempo, montado de cuervos,
sabrá cuando vuelvas a estallar.