21 GRAMOS

21 gramos es el nombre de una película del director mexicano Alejandro González Iñárritu, una película que trata de las historias personales, de cómo los destinos se entrelazan, de cómo el dolor se extiende a otros, de cómo cada persona carga con su vida.
¿Qué pesa 21 gramos? En la película decía el protagonista que “21 gramos es lo que pesan unas pocas monedas, una barra de chocolate,… menos que una tortilla”.
Se dice que es también lo que pesa el alma, lo que se “eleva” del cuerpo al momento de morir. Y esto lo planteaba en 1907 un investigador norteamericano Duncan Mac Dougall, al pesar cadáveres en una balanza.

¿Y qué es el alma? Unos dicen que el alma es sólo una corriente eléctrica o el agua que se evapora. Dicen que el alma está situada en “la marea de neurotransmisores y recovecos de las estructuras cerebrales” y eso es lo que se pierde.
Tal vez es sólo eso, o más. ..o 21 gramos, sea el tibio peso que se va al universo.
La verdad que se pueden decir tantas cosas, como las que puedo decir después de un año de la muerte de mi hermano, Rinaldo. Hace un año a mis más enquistados amigos que tengo en el corazón, les envié un correo electrónico llamado: Nuestra sangre es menos, y en ese entonces hablé de la amistad y los lazos que nos unen más allá de la muerte.
Siempre que se habla de alguien ya muerto no se dice nada malo, y al parecer todos fueron “buenos”.
Pero, no quiero hacer una apología. Mi hermano tuvo los 7 pecados capitales y amplificados y llevados al extremo muchos de ellos: superficial y mundano, el goce y el disfrute sólo de los sentidos… aunque detrás estaba la soledad y la impericia de ser lo que también era, una buena persona.
Y -lo estúpido de todo esto- es que aquella forma de vivir tan crapulosa y descomprometida, dejó más impronta entre la gente que lo conoció, desde niños hasta ancianos.
Mi hermano tenía todos los pecados y tal vez esa era un mérito, porque se sabía así, se veía así, vivió a su forma, en el fragor y en el sumo de la vida. Tenía los pecados, pero al menos uno sabe así con quien juega, con quien trata… peor es saber que la codicia y la soberbia está en las iglesias, que lo oscuro está entre los que hablan de “ser derecho”, de “ser moral”; así para aquellos formadores de la vergüenza, la culpa y el miedo, reciban ellos el sereno rechazo del Univeso.
Mi hermano tenía más sangre y más cuerpo que un Padre Nuestro, más ganas de vivir, más ganas del disfrute de este mundo que hay que quererlo con todo el ardor.

Ahora, a veces me gustaría cambiar ciertas cosas como darle un giro a la palabra metástasis y a su madre, el cáncer. Son cosas o palabras que me gustaría cambiar, darle un nuevo fulgor, una nueva semántica de amor cuando quisiera besar a quien más quiero y utilizar esas palabras. Pero, ellas son dolorosas aún, doloras son las imágenes, doloroso es el espacio vacío.

Espacio vacío, la falta de tocar, la corporalidad es lo que falta y eso hace doler. Puesto que nunca más, NUNCA, habrá el mismo atardecer con su figura. Nunca más habrá la oportunidad de decir lo que ya no se dijo.

Dicen que el alma viaja, se reencarna. Es la misma. Sólo cambia el cuerpo, y cambian las vidas en cada reencarnación, pero qué necesario a veces es lo corpóreo, el calor sintiéndolo en las manos; la caricia sobre la mejilla; el arado que hacen los dedos entre el cabello.

21 gramos… ¿será lo que realmente se pierde? ¿o lo que se gana con la nostalgia?
Alguien preguntaba: ¿21 gramos pesa la vida? o ¿21 gramos son el peso que dejamos en los vivos que nos rodean?

Una mujer desconocida


Esta "poesía", la escribí en mayo de 1992. Tiene el número 36. Fueron cuando estaba en la Uni. Es un escrito contra el "descubrimiento" de América. Lo leo ahora y es bien deficiente en todo (aquí la "puñalada retrospectiva" de la que tanto se habla). Ofrezco este trabajo antiguo expuesto para toda crítica. Es lo que rescaté de algo contra este día de robo, genocidio y masacre.

UNA MUJER DESCONOCIDA
Que te encontraron desnuda, hembra de hierbas
y te clavaron hasta el fondo sin dejar el hierro atrás
en tu moreno suelo,
absorviéndote toda riqueza
dejándote sólo un nombre de despojo.

Antes que ellos,
las ricas venas recorrían bajo la tierra,
llegando hasta el pezón para, en el dolor de la cuna verde,
alimentar ánforas y ánforas
entre los amuletos de voces nocturnas y piedras sonrientes;
libertad de naturaleza
en medio de bozos desgreñados, cabellos hemisféricos
diluvio de desnudez morena, por la tierra.

Los gritos libres, eran aves hinchándose en el aire,
la lanza y el zarpazo invisible por las arterias de hojas
sólo silbidos confundidos por la natulaeza.

Y ellos llegaron,
y con las heridas hasta la médula,
desangraron el azul de la noche más libre de las horas,
espantaron las estrellas que jugaban alegres entre tus costillas
y secaron toda la magia en el sudor de mansa bestia.

La piedra llora su sangre con un pie de Conquista en el cuello,
La cadena rompió la carne.
Desencantando hasta lo inmenso esa selva madre,
que se encuentra ahora sólo en un recuerdo tibio
por esa noche azul más libre de las horas.

Y el alma se durmió con sus latidos.

Royendo la fortaleza de todo este imperio de mujer colosal
comieron el cáliz y la espada en tu mesa andina;
a tu sincero color, lo borraron a pura pólvora
y cerraron toda la historia de palabras y bellos tonos;
a tus creencias, la misa y su soberbia
las cubrieron de escupos y esclavos.

Mujer, tu nariz destila sangre.
Tu fruta adolescente
marchita en las durezas

Tu olor se perdió,
se entristeció entre los follajes.

Hundiste tu cara en los volcanes del dolor.
Sólo el tiempo, montado de cuervos,
sabrá cuando vuelvas a estallar.

Un día después del 8 de octubre

Ella me llamó por celular. Me dijo que había descubierto algo ayer y que estaba asombrada y que sentía la necesidad urgente de encontrarnos en algún café. Que debía contármelo, que no aguantaba el golpe que había recibido.

Yo sentado, haciendo girar el celular sobre la mesa. Con mis canas nacientes tomando sol.

La vi llegar en sus 18 añitos, con su cara de muñeca y nariz respingada. Arreglándose el cabello cada dos segundos. Sus piernas lindas y brillantes caminaban apresuradas. Más allá, un tipo con anteojos que leía, hizo una pausa en su lectura, para verla caminar; entre los arbustos cercanos, un grillo que había comenzado a cantar, al sentir sus pasos nerviosos, paró su melodía.

Llegó hacia la mesa y sin sentarse, con profunda y triste sorpresa me dijo: “¡Mataron al Che!”

“Sí –le respondí-. Hace 40 años”.
El tipo de anteojos, siguió su lectura. El grillo, siguió cantando.
Yo apagué el celular. Dejé las monedas. Monté mi moto y seguí el atardecer.


Dedicado al Che.