Un día después del 8 de octubre

Ella me llamó por celular. Me dijo que había descubierto algo ayer y que estaba asombrada y que sentía la necesidad urgente de encontrarnos en algún café. Que debía contármelo, que no aguantaba el golpe que había recibido.

Yo sentado, haciendo girar el celular sobre la mesa. Con mis canas nacientes tomando sol.

La vi llegar en sus 18 añitos, con su cara de muñeca y nariz respingada. Arreglándose el cabello cada dos segundos. Sus piernas lindas y brillantes caminaban apresuradas. Más allá, un tipo con anteojos que leía, hizo una pausa en su lectura, para verla caminar; entre los arbustos cercanos, un grillo que había comenzado a cantar, al sentir sus pasos nerviosos, paró su melodía.

Llegó hacia la mesa y sin sentarse, con profunda y triste sorpresa me dijo: “¡Mataron al Che!”

“Sí –le respondí-. Hace 40 años”.
El tipo de anteojos, siguió su lectura. El grillo, siguió cantando.
Yo apagué el celular. Dejé las monedas. Monté mi moto y seguí el atardecer.


Dedicado al Che.